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Stop Making Sense

Escrito por: Roberto Garza

Fecha de publicación: 18 septiembre, 2019

Stop Making Sense
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Hace 35 años, en septiembre de 1984, se estrenó Stop Making Sense, película-concierto dirigida por Jonathan Demme, misma que retrata a The Talking Heads en uno de sus mejores momentos: una serie de tres conciertos realizados en diciembre de 1983 en el teatro Pantages de Los Ángeles, California.

El delantero de The Talking Heads, David Byrne, aparece en un escenario vacío con un traje gris claro, tenis blancos, una guitarra acústica y una grabadora boombox en la mano.

“Hola, tengo una cinta que quiero poner,” dice Byrne al tiempo que coloca la grabadora en el piso, le pica al botón de play y se arranca con una versión en solitario de “Psycho Killer”. Byrne marca el ritmo con el pié y mientras canta mueve la cabeza de atrás para adelante con los ojos muy abiertos. El público se anima y aplaude de agradecimiento.

El líder de The Talking Heads brilla en el escenario mientras interpreta Psycho Killer” y, a partir de ese momento, el espectáculo despega por todo lo alto. Es lo que cualquiera que haya comprado un boleto para un concierto deseo a que suceda cuando la banda sube al escenario. La entrega de Byrne es total.

Stop Making Sense es un filme frenético de 90 minutos de duración. En ese lapso de tiempo vemos cómo el escenario se llena poco a poco con el resto de la banda, los cantantes de respaldo y los múltiples accesorios, entre ellos el famoso “traje gigante” de David Byrne.

En comparación con la pirotecnia, los escenarios flotantes y las enormes pantallas digitales de los conciertos de la actualidad, la puesta en escena de las presentaciones de The Talking Heads a principios de los 80 dialogaba directamente con la dramaturgia. Por ello Stop Making Sense es una película más cercana al teatro que a los videos musicales.

Al margen de lo teatral del filme, lo importante es que Jonathan Demme logró capturar la energía de The Talking Heads en vivo de manera sobresaliente, como pocos lo han hecho en la historia del cine. Y en gran medida lo logró gracias a la estupenda actuación de The Talking Heads, quienes en ese momento estaban contagiados del éxito del álbum Speaking In Tongues y su poderoso sencillo “Burning Down the House”.

Pero es justo subrayar que gran parte de la brillantez de Stop Making Sense proviene del talento de Jonathan Demme, quien trabajó muy cerca de Bryne para crear una película-concierto como nunca antes se había hecho en la historia del cine.

El cineasta logró darle a la película una extraña sensación de estar ahí. Él inventó los emplazamientos de cámara desde el punto de vista del público, mismos que te hacen sentir entre la multitud, como si estuvieras ahí parado y el compa a tu lado te pasa el churro.

Jonathan Demme filmó desde la multitud mucho antes de que cualquier contrabando de YouTube tomara esa perspectiva en un concierto. “La habilidad de Jonathan era ver el espectáculo como una pieza teatral, en la que los personajes y sus peculiaridades son presentados al público, de tal manera que conoces a las personas que conformamos la banda, cada una con sus diferencias”, dijo David Byrne en una entrevista tras la muerte de Demme en abril de 2017.

Demme decidió filmar desde el público (pero no al público) y movió la cámara por todo el escenario, lo que crea en el espectador la sensación de que, como señaló Byrne, eres parte de la banda. Muchas películas de conciertos, como por ejemplo Shut Up and Play the Hits, con LCD Soundsystem, intentan replicar esta sensación. Pocas lo logran.

Una razón por la que esta película-concierto se siente tan seminal es su lugar en la historia del cine. Junto con El último vals de Martin Scorsese, Stop Making Sense representa un parteaguas en materia de conciertos filmados.

Sin contar los documentales sobre los principales festivales de los 60, la primera gran película-concierto la realizó Martin Scorsese cuando filmó a The Band en noviembre de 1976 y con ese material armó El último vals, sin duda el mejor testimonio audiovisual del fin de una era en la historia del rock. Además de documentar para la historia este legendario concierto, Scorsese dio una lección de cómo se debe filmar un concierto en vivo.

A principios de los 80, gran parte de la música pop en vivo se convirtió en algo más cercano a una representación artística. En ese entonces el arte escénico importaba y el público esperaba ver disfraces elaborados, iluminación sofisticada y una coreografía increíble.

The Talking Heads y David Byrne en particular fueron pioneros en materia de arte escénico en los conciertos. Resulta difícil imaginar los asombrosos shows de Madonna, Kanye West y Lady Gaga sin el sentido de la teatralidad de The Talking Heads y su delantero.

La ironía es que la alquimia de Stop Making Sense fue tan perfecta que incluso Demme no pudo replicarla. Más adelante hizo filmes para Neil Young y The Pretenders (sin mencionar las películas nominadas al Oscar como Silence of the Lambs y Philadelphia), pero todos se sintieron como si estuviera tratando de recuperar la magia alcanzada con The Talking Heads en Stop Making Sense.

En estos días, las películas de conciertos te dan el tipo de perspectiva que ni siquiera obtendrías desde la primera fila: escenas desde la vista aérea filmadas con drones o cámaras miniatura que avanzan desde la última fila a la cara de un rock star hasta el punto que le ves el pelo de la nariz. La tecnología ha avanzado a pasos agigantados con la llegada de la revolución digital. 

Esto es algo maravilloso en sí mismo, pero no se parece en nada al espectáculo real. Jonathan Demme capturó lo que era estar ahí. Lo que fue vivir esa experiencia en directo. E incluso, si estuvieras a veinte mil kilómetros de Los Ángeles en 1983, al ver Stop Making Sense podrías imaginarte entre el público bailando como un loco “Burning Down the House”.



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