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Sonic Youth no es mi banda favorita

Escrito por: Maira Rayas

Fecha de publicación: 9 agosto, 2022

Sonic Youth no es mi banda favorita
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Por Roberto Garza


Durante muchos años aseguré con falso orgullo que mi banda de rock favorita era Sonic Youth. Lo repetí de manera casi inconsciente, en piloto automático, hasta que llegué a la siguiente conclusión: mi fanatismo público por esta banda se sustentaba más en una idealización (al final de cuentas “pose”) creada en mi cabeza, que en el gusto real y sincero por su música.
 
Me explico: en 1989, cuando estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, leí una larga entrevista en la que Thurston Moore, fundador y guitarrista de Sonic Youth, dilucidaba sobre los aportes culturales de la escena no wave neoyorquina, luego hablaba de conceptos extraños como “armonías distópicas” y hasta opinaba sobre política y el fin de la Guerra Fría. Recuerdo que de inmediato quedé fascinado con su discurso contestatario, idealista y evidentemente inspirado en el pensamiento libertario de la llamada Generación Beat.
 
Un año antes, en octubre de 1988, Sonic Youth había lanzado su quinto álbum de estudio, Daydream Nation, una poderosa combinación de art-noise con rock alternativo que arranca con un himno de la escena underground de los ochenta: “Teen Age Riot”.
 
Los conceptos que planteaba Moore conciliaron perfecto con mis ideales de juventud y, sobre todo, con la imagen que proyectaba de mí mismo a esa edad: la de un compa clavado en la cultura alternativa, que escuchaba música bien extraña (entre más, mejor) y que igual te hablaba de las películas de Lynch, Kubrick y Tarkovsky, que de los libros de Burroughs, Ginsberg y Kerouac.
 
Poco después de leer la entrevista compré el Daydream Nation. Reconozco que sí me movió duro las neuronas, pero sólo durante las primeras cinco rolas. Tanto “noise” (notas abiertas, guitarras distorsionadas, feedback) me incomodó y no logré escucharlo todo de un jalón. No obstante, a lo largo de los años me referí a él como una “joya de álbum” que, según yo, sólo unos cuantos mortales comprendíamos.
 
En diversos espacios aseguré que se trataba de un disco que pasaría a la historia (sí lo hizo) y no dudé en calificarlo como “lo mejor del noise rock” emanado de la escena no wave de finales de los setenta y principios de los ochenta en Nueva York. Lo irónico es que el tiempo me dio la razón: Daydream Nation es considerado uno de los discos más importantes de la historia del rock e incluso es conservado como patrimonio cultural en el acervo de la Librería del Congreso de EUA.
 
El punto es que, desde que intelectualicé la música de Sonic Youth en 1989, me construí la imagen de amante y defensor del noise rock cuando en realidad no lo era tanto. Esto fue hace más de 30 años. Hoy puedo decir con absoluta franqueza que Sonic Youth no es mi banda favorita. Está entre las diez principales, sin duda, pero no llega a las primeras cinco. De hecho, la única rola que sigo escuchando frecuentemente de ellos es el cover inmortal que hicieron de “Superstar” (original de The Carpenters). Y muy de vez en cuando pongo “Silver Rocket” y “Kool Thing”, par de rolotas descomunales, pero no más.
 
Así que a lo largo de tres décadas fui fan de Sonic Youth, pero sin serlo desde las entrañas. Compré toda su discografía, los entrevisté, escribí un número especial para la revista La Mosca, publiqué varios artículos y ensayos (La poética del ruido, uno de ellos) y hasta la hice de su guía de turistas en un par de visitas a la CDMX. La primera vez, cuando tocaron en el Circo Volador, tras entrevistar a Ranaldo los llevé a dar el rol por Coyoacán y al museo Casa Azul de Frida Kahlo. Escribí una crónica de ese día que fue texto de portada en al revista Día Siete. Y en otra ocasión, cuando tocaron en el Vive Cuervo Salón, llevé en mi auto (con mi hija Jimena pequeñita) a Lee Ranaldo y familia a las pirámides de Teotihuacan y luego a una función de lucha libre.
 
Nunca es tarde para sincerarse y decir lo que realmente pensamos. Sonic Youth ­–inactivos desde 2011 por el divorcio de Kim Gordon y Thurston Moore– es una bandota con un legado histórico. Ellos mismos se consideran artistas antes que rocanroleros. Y lo son. Pero puedo asegurar que, en ningún momento de mi vida, el art-noise de Sonic Youth me ha llevado a lugares tan elevados como la música de Nick Cave, David Bowie, Pink Floyd, Keith Jarret o Wolfgang Amadeus Mozart. Puedo disfrutar unas cuantas rolas sin problema, pero después de un rato el nosie rock, por más artístico que sea, me provoca ansiedad. En directo, hay que aclararlo, sí son otra cosa.
 
Poco antes de que se separaran, tuve la oportunidad de verlos en vivo por última vez en un festival Coachella. Un show olvidable de 45 min. Tocaron como si tuvieran prisa de terminar. Nada comparado con la legendaria tocada en el Circo Volador, que llevo tatuada para siempre en la memoria. Sonic Youth alcanzó la cima hace muchos años, en 1988 con el célebre álbum Daydream Nation, el mismo que me convirtió en su fan sin realmente serlo.


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