Programa 3: Foco Francia
Fecha de publicación: 30 enero, 2023


Por Israel Lozano
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Participantes: Orquesta Filarmónica de la UNAM/ José Luis Castillo, director Huésped
Otro mediodía abrió sus puertas de domingo para recibir en la sala Nezahualcóyotl el
diálogo entre tres compositores: Silvestre Revueltas, Edgard Varese e Igor Stravinski. Nacidos en diferentes partes del globo, su época los unió para cuestionarse las problemáticas que encontraron en la música de principios del siglo XX.


La hazaña del día fue realizada por el director José Luis Castillo que, con mesura y pulcritud, embarcó a su auditorio por un viaje melódico de turbulentos parajes auditivos en donde lo salvaje, lo primitivo y lo pagano fueron las vías por las que atravesamos los orígenes del mundo. Los sonidos vigorosos comulgaron al unísono para generar sensaciones que expresaran la ferocidad del espíritu y lo violento que emerge del alma con su ímpetu creador; las armonías agudas y los gemidos rítmicos fueron controlados por la mano de Castillo.
La pieza comenzó con el poema sinfónico del compositor mexicano, Silvestre Revueltas, Sensemayá (canto para matar a una culebra), el cual está basado en un escrito homónimo del poeta Nicolás Guillén. El texto fue descubierto por Revueltas al escucharlo de viva voz por Guillén. Desde el principio quedó maravillado y sintió la enorme necesidad de darle una forma desde lo musical, encontrando otra manera de manifestar el ritmo y la cadencia que poseía.
Fue así como escuchamos un ambiente ondulante y misterioso que penetra el corazón. La música da pie a un ritual de muerte. Se genera un discurso entre los instrumentos, las trompetas y las maderas que le dan dinamismo a la obra que termina con una explosión fuerte que termina con la vida del animal.


La siguiente en turno le correspondió al compositor Edgard Varese, con su obra “Arcana”. La inspiración de esta pieza se remonta a los misterios de la alquimia, al interés del autor por textos como el de Paracelso y la astronomía hermética. Varese estaba profundamente intrigado por los reinos del sueño y decidió profundizar en esta vena; el lenguaje que conseguió da como resultado melodías que acechan los misterios del inconsciente.
La sinfonía se teje entre los vaivenes de las flautas, los oboes, los contrabajos, la fuerza y las vibraciones nacen de los violines estremeciéndose con los chelos y violas, el impacto de las percusiones es sustancial, cada una de sus entradas es como un rayo sobre un cielo oscuro. Su interés por lo onírico muestra esa agitación de traspasar la barrera de los consciente.


La última sinfonía de la tarde fue Consagración de la primavera de Igor Stravinski, en la que tuvimos la dicha de presenciar una obra que marca un momento decisivo dentro la historia de la música. La decisión del autor por cuestionarse los papeles estéticos de la música y lo que es considerado como bello, se separan de lo romántico y dramático para darle entrada a lo pagano y místico, a la violencia y lo salvaje. Hay una sensación de caos, la rigidez del mundo se dispersa entre los acentos y los ritmos que fluyen para crear una danza que celebre la vida. La melodía es agresiva; de combate.
El escenario se lleno de inquietud, las disonancias llevaron a que las emociones se arrojaran en caída libre, era como estar expuestos a sacudidas en las que el público experimenta un retorno a su estado original, no hay un control sobre el pensamiento, por un momento regresamos a la intuición.
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