El nuevo libro de la rockstar de la poesía ibérica
Fecha de publicación: 25 enero, 2023


Cuando murió el notable poeta español Ángel González, un periódico ibérico convocó a varios poetas y artistas contemporáneos para que dedicaran algunas palabras sobre el legado de aquel artífice de las letras originario de Oviedo, España. En ese listado me encontré con las primeras letras de la entonces muy joven poeta Elvira Sastre, originaria de Segovia, España, nacida en 1992.
Aquella forma tan entrañable y poética para dirigirse al legado de aquel poeta que nos dejó versos como: “Para vivir un año es necesario morirse muchas veces mucho”, sembró un gran interés en mí por conocer su poesía y fui a dar con su blog “Relocos y recuerdos” que abrió desde que era una post adolescente. De entonces se volvió filóloga, traductora y escritora que convocó masas donde otros poetas ya no lo hacían: los teatros. Gracias al gran auge que tuvo en las redes sociales y a su forma clara, directa y no por ello menos poética, encontró en los temas más recurrentes de la poesía: el desamor y el amor, una casa en la que ha permanecido un largo tiempo puliendo su estilo sin olvidar a esa adolescente de 15 años que no conocía nadie, y que ahora es reconocida en casi todos los países de habla hispana.
En nueve años de carrera poética Elvira ha logrado no solamente cautivar a nuevos públicos jóvenes cuya orientación por la poesía viene del lirismo de la música, sino a personajes de la talla del poeta Benjamín Prado o al laureado Luis García Montero que define el trabajo poético de Sastre como “Una poesía hecha de insistencia que quiere llegar hasta los huesos. Una lucidez que no oculta la razón de los lamentos, pero que enumera e insiste en una voluntaria fe de vida”.
La marca de la casa de la segoviana Sastre viene sin duda de esa herida poética que heredó o continuó del maestro Ángel González y que aprendió a doblegar y convertir en alegoría de una poesía que, al igual que refleja con dolor la cotidianidad de los días sin la persona antiguamente amada, también es un arma de inspiración para vivir con resignación y aplomo los días nuevos que nos traiga el destino.
Posiblemente uno de los poemas mejor logrados de su libro “Adiós al frío” recién publicado en Méxicio con Editorial Planeta en 2022, sea “Los días que huelen a ti”, del que comparto un pequeño fragmento:
“Los días que huelen a ti
no son más que un recuerdo
colocado en un lugar equivocado.
Me levanto y me digo:
De ella solo tienes esto,
un instante suspendido en otra vida
donde quedaba sitio para el amor
pero no para el olvido”.
No es de extrañar que lo claro de su poética de corte confesional a veces tenga más que ver con la lírica de la buena música popular contemporánea, que al dechado de artilugios poéticos y metáforas del arsenal clásico o de las vanguardias a las que muchos poetas continúan recurriendo.
Cuando un poeta encuentra su estilo y comienza a decir más con menos palabras podría generar la falsa creencia de que los ingredientes para la elaboración de un buen poema son sencillos, pero ¿cómo competir con décadas e incluso siglos de buena poesía?, ¿cómo competir con toneladas de bits de letras que deambulan por la red con un carácter finito e instantáneamente perecedero en donde Elvira hizo su casa?, ¿cómo permanecer en la memoria de la gente sin repetirse? En este caso también su poesía avanza y el luto por el amor también abarca ahora el luto por la pérdida de sus mascotas de quien ella recupera elementos vitales y sensitivos que van directo a las emociones de tantas personas que han encontrado con los animales domésticos un vínculo incluso espiritual. Pocos poemas de gran calado recuerdo sobre un escritor colocando a sus mascotas como centro de sus escritos. Un caso me viene a la mente, y es de una de las estrellas de la generación del 27 en España, Rafael Alberti, quien dedicó uno de sus mejores poemas a su perro: “Niebla, tú no comprendes: lo cantan tus orejas, el tabaco inocente, tonto, de tu mirada, los largos resplandores que por el monte dejas, al saltar, rayo tierno de brizna despeinada”. En este caso Elvira dedica un gran apartado donde habla de sus mascotas que ya no están con ella y aquellas que permanecen legándoles un recuerdo de los que ya partieron. Comparto fragmento de su poema “Los días ya nunca iguales”:
“Todo es un poco más limpio,
yo me he curado de muchas cosas
y he aprendido a cuidar a los otros
como tú me enseñaste a cuidarte a ti.
Me parece escaso, y por es nunca
termino las caricias, ni me atrevo a despedirme
con firmeza, y lloro cuando no es suficiente,
y abro las puertas despacio a los que vienen
con miedos ajenos porque el dolor
es un ruido constante que necesita silencio”.
Tomando en cuenta sus poemas de amor maduro, que ya no tienen nada que ver con el chispazo efímero de los enamoramientos pasajeros, Sastre confecciona un tipo de poética que podría nombrarse “del agradecimiento”, y que trae a mi mente momentos gratos de uno de mis libros favoritos de poesía, “El manto y la corona” del veracruzano Rubén Bonifaz Nuño donde el poeta recupera elementos de la vida doméstica para enarbolar la esencia de su amada. En este caso, Elvira elabora poemas notables y bellos como “Un triunfo involuntario” del que les comparto un fragmento:
“No sé lo que se siente al creer en algo ajeno,
ni siquiera estoy segura de lo que significa
que exista algo en que no dependa de mí,
pero te he visto pasear al borde de mi abismo
con el olor de un día de verano,
asomarte al precipicio y sonreír
como una niña al desafío
y he pensado,
por un instante,
que también yo me lo merezco”.
Aunque Elvira tenga varios detractores en el público maduro lector de poesía porque ha hecho de la misma un tema de índole viral y pop (que también es algo de lo que debería agradecérsele), yo no dejaría de recomendar su lectura, y en especial para aquellos públicos jóvenes o neófitos en el tema. Sin duda, Sastre, como Sabines o Benedetti son de esos poetas que pueden generar una entrada al gusto por la poesía.